martes, 9 de mayo de 2023

 A veces pienso que alguien escribe detrás de mí, y me va dictando las palabras. No soy yo. Me susurran las palabras al oido. Cuando despierto me leo y me asusto.

sábado, 27 de junio de 2015

jueves, 17 de enero de 2013

Notas


Notas de la novelita que le prometí a Samperio escribir.

Ella lo sabía, aún así quiso estar, hacerlo solamente para saber si cambiar su manera de enrumbarse la llevaría al camino correcto. Al final se dio cuenta que ella jamás tendría una buena ruta, no importaba su juicio ni sus ganas de hacer ni su mesura o su temeridad. Ella lo sabía: siempre caminaría sobre la cuerda floja.

sábado, 25 de agosto de 2012

Un Habana libre, ¡On the Rocks por favor!


And I think to my self, what a wonderful world
Loui Armstrong
¿Necesariamente las sorpresas provocan que se te vaya el aire? ¿ Una exclamación entre suspiro y grito? ¿Entre dolor y susto? ¿Las sorpresas  te causan sentimientos que se mezclan? ¿Son instantáneas?   Definitivamente,  buenas o malas, maravillan.
Un viaje a la Habana te puede tener en un estado permanente de sorpresa
 Desde que pisas la isla hasta que la dejas vas amorosamente caminando como entre nubes. No se te va el aire, no exclamas expresiones ni de susto ni de dolor, solamente es y sigue y sigue. La llegada, antes de aterrizar, te quita la respiración.  Mirar desde el aire los  diferentes azules del mar caribe,  de la isla, el contraste con la arena y las rocas es una mezcla  que solo estando ahí entenderías , es indescriptible,  como la palabra amor que despide la isla desde que tocas tierra. Love is in the air.  
Llegar al aeropuerto “bonito” de ese tiempo, en situación de invitada especial, la primera vez, fue como de sueño, fui inmediatamente conducida a la sala  preparada para nosotros. Nos- los- otros-los no ¿iguales? éramos un escritor gallego desconocido para mi y para todos, otro madrileño en el mismo status que resultó un  encanto de señorcito,  que  un mes después me mandó un cuento inspirado en aquella película sobre la pieza de Bruno Traven, A la sombra del volcán, con el  enigmático. Humprey Bogart. Me reservo los comentarios del cuento que llegaron por correo, con un paliacate  rojo mexicano de regalo, no de bolitas como el narraba en su historia “y el mariachi con sus pañuelos de bolitas al cuello”  mis comentarios provocaron distanciamiento cuando le comenté que de bolitas solo los rebozos de Santa María ( no el puerto por supuesto)  o los trajes de las sevillanas. Pero así son los andaluces, cuando pierden se enojan.
Rumbo a nuestro alojamiento recorrimos varios hoteles, desde los más sofisticados hasta los más humildes. Nos enteramos de los exorbitantes precios de feos  y bonitos y después, de la comida, mala y buena tienen precios excesivos para los turistas, como en la isla no hay ricos ni pobres, ni viajan ni hay niveles, no saben que se harían millonarios si bajaran los precios, con toda la gente que muere por ir y no puede por que se empeñan en cobrar como si fueras a Europa y además te prometen viajes de 7 días y te tienen 2 sentadito como tonto en el aeropuerto.
La mer, lamer las rocas, el cemento, la arena
La Habana no tiene playa, aunque si un malecón hermoso, a veces resbaloso de tanta sal  de las olas que lo bañan, hay un tramo en el que me ha tocado ver un par de accidentes, leves por supuesto, en La Habana no se ven tantas tragedias como en otras ciudades. Fidel tiene prohibidos los accidentes y las tragedias.
Suertuda yo que  me tocó hospedarme en el hotel  Comodoro , en Miramar,   de la compañía turística Cubanacán, empresa del gobierno. En Cuba todo es del gobierno. El hotel  ofrecía una playa “inventada”, ya que todos los días llegaba un par de camiones a dejar arena en la que me imagino sería una explanada construida con una bardita de ladrillos para impedir que las olas contenidas por una especie de muelle-malecón-rompeolas -incaminable, se llevara la arena. El maleconcito enlamado dejaba un buen espacio para nadar  y bucear un poco,  para ver los peces de colores y los erizos que jugaban entre las rejas que lo sostienen.  
Para ir de mi hotel al trabajo, en El Morro, un fuerte antipirata imponente, donde se celebra la feria del libro, se recorren varios “departamentos”, desde Miramar, pasando por el tradicional Karl Marx en la tercera y bajando por la quinta avenida, hacia Vedado donde se encuentran las  imponentes casas de las embajadas se puede apreciar una bella iglesia enorme,  todita equipada nada mas ni nada menos que con ¡aire acondicionado!  Del tamaño de nuestro expiatorio. (¿católicos? ¿ No que eran comunistas comeniños?) ,  el siempre mojadísimo malecón, el centro, un túnel que parece interminable, el costo del trayecto:  10 dólares diarios de ida y 10 de regreso, ¡un dineral! .  “Toma el colectivo en esta esquina, le pagas 10 pesos cubanos sin hablar, al fin y al cabo pareces cubana, te bajas en el centro, tomas la barca, dale solo un peso , recuerda no hablar o te cobrarán un dólar ”.  “No gastes, no tomes nada aquí, solo pide ron y yo te doy del Habana que  traigo”.  No me gusta el ron, le respondo a Vladimir,  subordinado de Natasha. El, cariñosamente, me lo ha preparado de mil maneras, contándome historias de Hemingway, haciendo malabares con su coctelera , con su bat rompehielos que hace su vecino tornero en Bejucal, que es donde el vive, como a una hora de Miramar,  termino tomándolo, caprichosamente, en las rocas, añejo.
Vladimir y Natasha, me recordaron aquellas caricaturas de los espías (Boris Malosnof y Natasha). Me acompañaron muchas noches después del trabajo y nos convertimos en entrañables amigos.

La Feria o  “A lo que te truje chencha”
La inauguración parece muy desorganizada, algunas sillas puestas, la mayoría de los asistentes parados, solo los que estamos montando o los que vamos a trabajar en ella, los editores, vendedores, los trabajadores de la Cámara del libro y nuestros ayudantes  impuestos por Ediciones Cubanas, amorosas personas que después nos enteraremos que nos han robado gran parte de la mercancía: “Ni te quejes, Martí decía  que robarse un libro no era delito”  Me decía cada año Lázaro, colaborador de FIL acá y allá. Conociendo la obra y trayectoria de Martí, me lo imaginaba maldiciendo a los ladrones.  Pero caras vemos, los principales ladrones eran profesores de universidad y los funcionarios y vigilantes de la única editorial que existe en la isla.
Los libros son como un tesoro en Cuba, no importan los temas, hay lectores de todo tipo, como aquí: a los que les gustan solo las portadas y que los lomos decoren su librero y  a los que les gusta gozar la lectura, lectores serios, enteradísimos del mundo exterior ( ¿no que no?).
Nuestros auxiliares nos están contando chistes de Fidel buenísimos cuando de repente llegan los uniformados de guayaberas blancas y se van acomodando entre los pilares, los jardines, debajo de los árboles, afuera de cada puerta, en los baños. Esos mismos que se carcajeaban de sus chistes y departían con nosotros nos  indican de manera abrupta y autoritaria guardar silencio. Se  cuadran muy serios para escuchar al Comandante. Tres horas de discurso sorprendentemente ameno nos tienen ahí parados, la albiguardiapresidencial no nos deja mover de nuestra área ni para ir al baño, el moretón del brazo me duró casi los 10 días de la estancia “compañera, no puede pasal”, voy al baño, “compañera, no puede pasal” otro apretón.
Se termina el discurso, corro al baño, la cola es como de 50  hermosas y aguerridas cubanas que no te dejarán pasar hasta que te toque tu turno. En Cuba se hace cola para todo, hasta para comprar libros en dólares. Quiero llorar. Regreso a la explanada enojada y un poco mojada, veo a Compay Segundo y a Omara Portuondo y mis lágrimas de enojo se confunden con las de emoción, solo cantan un par de canciones., el viejito no se mueve, solo canta con el alma y tan potente que pareciera que trae bocina integrada. Bajan del estrado,  abrazaditos a Fidel, uno a cada lado, caminando a pasitos como muñequitos, así se ven junto al comandante que es alto y muy derechito. Pasan frente a mi cerquitita y siento que me ven.
Enseguida me dice mi compañero de chamba: “vamos al cañonazo de las 9”. Mientras esperamos, la gente está aplaudiendo y bailando, nadie como los cubanos  para moverse, bailar y  mostrar esa alegría que les desborda.
Unos negritos uniformados deslavadamente portan una bandera  y desfilan como si se la creyeran ante nosotros hasta llegar al cañón que apunta hacia La Habana, ya obscureció y se ven las luces de la ciudad, estamos en el fuerte, alto, imponente. La imagen del reflejo en el mar me  hechiza, tanto, que al sonar me hace caer hasta el piso. 
El tiempo pasa, pero no, no nos vamos haciendo viejos. Milanés está equivocado. También a veces  morimos.
Cuarto año consecutivo en Cuba, Feria del libro, todo sigue igual y sorprende. “Ya llegó la mexicana” el mismo  bell boy, el mismo gerente, las mucamas que me han robado mi perla 2 veces y me la han regresado para que la use durante la feria, el invariable robo de la pasta de dientes  el último día de mi estancia, y  mis amigos. ¿Estarán mis amigos?  Me encanta ver salir a Vladimir de la barra,   me da un abrazo apretadísimo,  ¡Ru! ¡Pero qué gorda que tu estás!,  lo dice con cariño y como diciendo, “que próspera”, eso lo sabré en los siguientes días cuando me encontrando a mis otros amigos y me lo repitan, con cariño.
--Y tu jefa, y Natasha, ¿dónde está? Le pregunto. Se le apaga la sonrisa y me responde: Natasha murió el mes pasado, su lupus se agravó.

Analco, Clavel, Catalán y anexas



Analco, Clavel, Catalán y anexas

Mis hermanas y yo caímos en Analco a mediados de los sesenta, veníamos de barrios del “otro lado”  Eco Park, Monterrey Park, de California pues. Nuestra casa era de madera, rodeada de jardín, con un pasto finito que te daba cosquillas al pisarlo,  nuestra mascota un perro salchicha negro que nos mordía los tobillos cariñosamente, árboles por todos lados,  pájaros que visitaban el jardín trasero para  comer y beber de una especie de fuente comedero, único adorno del lugar,  aire, espacio, libertad total.

Llegar a México fue impresionante, el contraste nos maravilló, llegamos a vivir a la casa de mi abuela materna, a uno de los  barrios más antiguos de la ciudad, calles estrechas, casas de material que al contrario de nuestra antigua casa de madera rodeada de verdes, tenía el jardín por dentro, los muros lo arropaban, nada de pasto sino infinidad de macetas con plantas de todo tipo, un limonero enorme al centro que daba sombra a todo el patio, y los pájaros enjaulados que sin importarles su condición cantaban igual de lindo que los libertinos de nuestra casa en Estados Unidos, las “mascotas” una dálmata cazadora de ratones, gallinas y pollitos y en el “ corral” o patio trasero, una inmensa Cerda con sus respectivos cochinitos.  La de Analco era una casa llena de barullo, de visitas diarias, de primos y tíos recién descubiertos yendo y viniendo, de besos y abrazos todo el tiempo.

Las casas de Analco eran todas así, parecidas a la nuestra,  pero con el toque personal del propietario, jaulas más elegantes, macetas de cerámica y no de barro, patios más brillosos, fachadas  vistosas,  vecindades luminosas, otras grises o viviendas- locales con  cortina de acero, donde vivía la familia hacinada,  y que sacaban sus plantitas al sol, puestas en botes de chile adornando la entrada, había de todo. Yo recuerdo un barrio vivo, hermoso, lleno de gente en la calle.

En mi cuadra había 3 vecindades de esas que tienen una fila de lavaderos,  la tortillería donde un grupo de señoras cada quien con su metate, preparaba las bolitas de masa para ir torteando y aventando las tortillas al comal central,  había una lechería que despedía un olor agrio que no me gustaba pero que visitaba para comprar gelatinas de leche que me encargaba mi abuela, aunque a mi me gustaban las de colores. En cada esquina había una tienda de abarrotes, la de nosotras era La Lupita,  en Medrano y Clavel, a una cuadra de Catalán que ahora se llama  Revolución.  Soldados de chocolate, lulus de frambuesa, patos pascuales, pingüinos, gansitos, conchitas, semas,  dulces de todo tipo, chicles motita que usábamos de pegamento para los álbumes de cartitas, consumíamos de todo en cantidades importantes sin que nos restringieran, antes todo era alimento,  no hacía daño  comer chucherías. ¡Qué bien comen estas niñas!

No había muchos árboles en la calle pero recuerdo un pirul en contraesquina de la tienda-casa que le servía a un loquito para cortar una rama diaria por la mañana  y por la tarde para persignarse por las cuatro esquinas.  Desde el zaguán se podía ver la parte trasera de la fábrica de calzado Canadá, un muro inmenso que como único adorno tenía un balcón, dónde me imagino se asomaba Don Salvador López Chávez, dueño de la empresa, a saludar a los transeúntes. Al lado de la inmensa fábrica estaba un pequeño local, una tintorería  donde trabajaba la ex mujer de Mike Laure que era del barrio, la recuerdo con sus hijos. En mi casa se contaban muchas anécdotas de los bailes que organizaban mi mamá y sus primas donde siempre tocaba Laure.

Nuestro templo era San José de Analco, los domingos por la noche íbamos a misa y después a jugar lotería en el atrio o al jardín de las bancas de cemento rojas desde donde mi abuela nos vigilaba mientras paseábamos en los triciclos que entonces alquilaban,  para finalizar una hamburguesa mexicana, llena de lechuga y jitomate y en lugar de papas a la francesa unas tipo  hojuelas deliciosas recién salidas del cazo.  Todo un manjar.
          Para ir al  colegio cruzábamos Catalán entre tierra y cemento porque la estaban convirtiendo en avenida , el Martínez Negrete, estaba a un lado del templo,  tenía un capulín en el patio y nos gustaba sentarnos en la sombra a comer esa frutita que se parecía a las blueberries pero en agrito. A espaldas del colegio vivían las monjas y algunas internas,  había un kiosquito en medio de un huerto inmenso donde nos daban el catecismo.  Más cercano a nuestra casa estaba la escuela Modelo, en Medrano, que ahora es la Escuela de Restauración.
Nuestro hospitalito era el Sagrado Corazón, aunque en ese tiempo el médico te asistía en  tu casa, al hospital ibas solo a buscarlo para solicitar su visita.
La Arena Coliseo también fue parte de nuestra vida, nunca pudimos entrar pero mi abuelo nos daba la crónica de las luchas y no nos perdíamos la transmisión por la tele que por cierto mi abuela alquilaba.  por 20 centavos, veíamos televisión amontonadas entre los chiquillos del barrio.
Nuestro cine el Alameda,  caminábamos hasta la calzada cargadas de lonches y refrescos porque la dulcería era muy cara, podías entrar hasta con pollos rostizados si querías. Lo más emocionante era ver los muros del teatro con esa escenografía que te transportaba a otro lugar, después supe que eran balcones y fachadas de calles de Guanajuato, todas con sus lucecitas y faroles  encendidos.
Hace unos días recorrí las calles de mi barrio, lo miré muy deslucido, moribundo, la casa-tienda se convirtió en muchas mini casas aunque pude ver desde una ventana el patio con arcadas y un árbol que no parece limón. La  de mi  bisabuela que estaba al lado ya no tiene el patio de guayabos. La fábrica conserva su inmensidad en ruinas y el balcón sigue imponente, ahora está en proceso de embargo. De aquellas casas con sus zaguanes siempre abiertos quedan una que otra, casi todas están deshabitadas, es irónico encontrarse con la  escuela de restauración en medio de un barrio  que necesita con urgencia sus servicios, la Modelo, tuvo suerte de ser rescatada.  Afortunada también la Arena Coliseo ,  gracias a que se ha revivido el gusto por la lucha y  lo retro dirían algunos, se ha puesto de moda. El cine no corrió la misma suerte , ahora es un amontonadero de locales, un corrupto propietario lo derrumbó, así es el comercio. Así somos en Guadalajara, no nos gusta conservar la historia.
Cruzando Revolución  cambia un poco el panorama, las fincas de alrededor del templo que eran las de “los ricos” , permanecen, y aunque una que otra abre su zaguán, ahí parece que no ha pasado el tiempo: San José sigue estoico, las campanas suenan igualito a mis recuerdos,   en el centro del  jardín , muy bien cuidado , sigue estando la  fuente que  siempre me pareció una lechuga orejona, las mismas bancas rojas, el enorme redondel  que recorríamos en los triciclos y donde quemaban el castillo,  ese piso rojigris tan típico de nuestra ciudad, la regia casa del padre al lado del templo , el colegio,  la casa de las monjas, su huerto,  los recuerdos.




Perdí mi blog

Perdí mi blog, no lo puedo recuperar, no es que fuera muy aplicada o dedicada, pero desde que lo perdí he escrito varias cosas que quisiera compartir, así que abrí uno mientras recupero el otro, aunque en el fondo se que eso no sucederá, porque así como perdí el blog, perdí mi vida anterior, cosa que no me da tristeza, señal de que debo re comenzar ( se sorprenderían de mis recomienzos). Bienvenidos a las crónicas de la sirena